miércoles, 2 de mayo de 2012

EL HOMBRE QUE FUE MADRE

Alberto acababa de ser madre. A pesar de su condición masculina, había conseguido dar a luz a una pequeña y hermosa criatura. Tal vez su mujer no lo entendería, sus padres no lo aceptarían y sus hermanos, una vez más, dirían que estaba loco o borracho. Pero, a él, nada de eso le importaba.

Con los ojos llenos de ternura, Alberto miró al neonato desde arriba y tuvo el impulso de abrazarlo. Quiso cogerlo entre sus brazos y apretarlo con fuerza contra su cuerpo; besar su piel oscura y susurrarle al oído palabras de cariño; sentir aquellos labios succionando los pezones de su pecho musculoso… Pero el pequeño nunca empezó a respirar. Tan sólo había sido otro aborto, tan triste y deforme como los demás.

Alberto se levantó de la taza, se subió los calzoncillos y miró al pequeño por última vez. Con un leve gesto de su mano, tiró de la cadena y contempló a la hermosa criatura girando en el agua hasta desaparecer en la oscuridad del sumidero. Le deseó el mejor de los viajes y el más brillante de los futuros con la esperanza de que, algún día, las lechugas y los tomates de cualquier ensalada nacerían en una tierra abonada con los restos de su recién fallecido vástago.

3 comentarios:

  1. ke tio mas loko,no?? kerer abrazar su propio zurullo! buagh ke asko!!! jejeje... me gusta la historia. Rozío

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  2. Jeje, estás colgao, pero el relato mola. Un abrazo!

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  3. Todo un placer verte por aquí, José Alfonso. ¡Otro abrazo para ti!

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