Se abre el telón. El comedor de una casa de clase alta. Sentados a la mesa están el PADRE, la MADRE y el HIJO. Comen en silencio. Junto a uno de los ventanales que dan al jardín y a la piscina, una NIÑA CON CABEZA DE PULPO intenta resolver un cubo de Rubik mientras emite guturales sonidos marinados.
PADRE: ¿Qué tal te va en la universidad, hijo? ¿Ya has pensado lo que quieres hacer cuando termines la carrera?
HIJO: Bueno, pues… veréis, por ahora estoy barajando un par de opciones que me parecen interesantes. La primera seguro que os encanta, aunque, claro, tendríamos que hablar antes del tema del dinero…
PADRE: Sabes que eso no es un problema para nosotros, siempre y cuando me guste lo que me propones. Habla y te contestaré después.
HIJO: Me gustaría estudiar un master en Marketing empresarial, asesoramiento comercial y gestión de la esclavitud moderna en multinacionales y grandes empresas.
PADRE: Me parece una idea estupenda. Sigue contando…
HIJO: El master que quiero hacer se imparte en la Universidad de Harvard, en EEUU. El precio ronda los 60.000 € más gastos de alojamiento, comida y demás. Haría el master en dos años. Imagino que los criterios de admisión dependerán de varios factores, contactos e influencias, sobre todo. Y las notas, claro.
PADRE: Por esos detalles no tienes que preocuparte. Ya sabes que tenemos muy buenos contactos, de manera que podrás hacer el master que quieras en la universidad que elijas.
NIÑA CON CABEZA DE PULPO: Glub glub… glub glub… ggglllnnnrrr…
Breve silencio. Bebieron de sus copas, picotearon en sus platos y continuaron hablando.
MADRE: ¿Y la otra opción? ¿De qué se trata?
HIJO: Bueno, quizá sea la opción más sencilla. Al menos seguro que es la opción con una salida más inmediata. Pero es un tema bastante más delicado que el anterior, más bohemio y romántico, algo que estaría orientado más bien a satisfacer ese impulso artístico y creativo que tengo desde niño… Algo subversivo y rebelde. No tiene nada que ver con los negocios o la empresa, por supuesto, nada que ver… La verdad, no sé cómo os lo vais a tomar…
MADRE: Cuéntanoslo. Por ahora no tenemos ni la menor idea de qué nos estás hablando, aunque lo que acabo de escuchar no me suena nada bien. Creo que vas a soltar alguna de esas ideas descabelladas que te vienen a la cabeza cada cierto tiempo.
HIJO: Sólo espero que no os parezca una tontería. Si finalmente me decido por esta segunda opción, me gustaría contar con vuestro apoyo.
PADRE: Habla.
HIJO: Llevo tiempo dándole vueltas a esta idea. Se trata de crear una nueva concepción del arte, algo tan radical que comprometa incluso la vida del artista. Una dimensión creativa que nadie ha explorado nunca. Abrir nuevos senderos para un arte de vida y de muerte. Toda la energía y la materia del individuo puestas al servicio de su creación, de manera que la criatura y el creador terminen fundiéndose en una misma sustancia. Una experiencia tan innovadora que mi nombre se recordará para siempre. Una única obra, primera y última, será suficiente para cambiar de manera irreversible el curso de la historia del arte… La idea es tan sencilla que a veces pienso que es imposible que no se le haya ocurrido a nadie antes que a mí. Además, el éxito y la fama estarían asegurados.
PADRE: Eso último sí me gusta…
HIJO: Lo primero que tendría que hacer es viajar a París y pasar allí una o dos semanas, comiendo y bebiendo en los mejores restaurantes, para buscar la inspiración y armarme de valor, porque lo voy a necesitar. Esto costaría mucho menos que lo de Harvard, está claro, aunque también conllevaría sus gastos. Durante todo ese tiempo no me ducharía, no me afeitaría y no me cambiaría de ropa. El objetivo de este proceso consiste en tomar la apariencia de un auténtico artista bohemio y marginal, aunque nosotros sabemos que realmente seguiría viviendo como un marqués. Lo importante es aparentar, no ser… Una vez transcurrido ese período, daría comienzo la fase definitiva. Primero, llenaría cientos de globos de agua con pintura de diferentes colores. Después los cosería a mi ropa, por fuera y por dentro, convirtiéndome en una gran bola humana abultada y deforme. Luego subiría hasta lo más alto de la Torre Eiffel y, tras leer en público un haiku sobre garzas y lagunas al atardecer, tomaría impulso para saltar al vacío dando volteretas en el aire y gritando “¡Todo mi reino por un estofado!”. Llegados a esta fase ya no habría vuelta atrás… ¿Os imagináis el final? Al llegar al suelo, estamparía mi cuerpo sobre un hermoso mural donde la sangre y la pintura se mezclarían adquiriendo tonos y contrastes jamás imaginados. Toda la creatividad del artista saliendo al exterior de una sola vez. Arte y ser… Impresionante… He oído que, tras un golpe como ese, la masa encefálica y algunas vísceras suelen esparcirse alrededor del cuerpo adquiriendo formas muy caprichosas y elegantes, de manera que mi mural tendría también un poco de altorrelieve.
Silencio. El PADRE bebe de su copa, cruza las manos sobre la mesa y mira fijamente
al HIJO.
PADRE: Hijo, el suicidio es una opción respetabilísima. Me parecería bien que lo hicieras y tendrías todo mi apoyo. Y el de tu madre, creo…
MADRE: Por supuesto, claro que te apoyaríamos. Eres nuestro hijo y apoyamos tus decisiones.
PADRE: Tal vez esa es la mejor opción de todas: la suspensión voluntaria del Ser. Puede que nosotros, de haber tenido el valor necesario, lo hubiéramos hecho hace mucho tiempo. Posiblemente habría sido lo mejor para todos: para nosotros, para vosotros, para la gente que nos rodea… para toda la humanidad, incluso.
MADRE: No seas tan egocéntrico, ególatra y megalómano. ¡Nunca hemos sido tan importantes como para que nuestros destinos individuales pudieran afectar a tanta gente!
PADRE: Puede ser, pero no me discutirás que habría sido lo mejor para nosotros y para nuestros hijos.
MADRE: No, eso no te lo discuto.
PADRE: Pues bien, el suicidio también es una buena opción. Tanto lo del master como esto otro me parecen grandes ideas… ¡Enhorabuena, hijo! ¡Eres un genio! ¡Tienes grandes planes de futuro! Pero… hay un problema en las formas, a pesar de que el contenido sea correcto.
HIJO: ¿Cuál sería el problema?
PADRE: Verás, hijo, tal y como lo describes, tu suicidio sería una payasada digna de cualquier perroflauta izquierdoso. Arte, globos de colores, ropa sucia, barba, poesía japonesa… Esas cosas no son para nosotros. No somos vagabundos ni pordioseros. No somos unos muertos de hambre. Somos gente de buena posición y las apariencias, en nuestro entorno y después del dinero, son lo más importante. Tú mismo lo has dicho: importa aparentar, no ser. Lo que debes hacer es vestirte correctamente, con tu mejor traje y tu mejor corbata, como si fueras a cerrar el negocio de tu vida; afeitarte y cortarte el pelo, peinarlo y engominarlo, que el viento no pueda despeinarte; aparentar ser lo que eres, un triunfador, alguien que está muy por encima de los demás porque no conoce la mediocridad; llenar tu cartera de dinero, tarjetas de crédito, cheques… y, entonces sí, sólo si es lo que quieres, saltar al vacío. Ese sí es un buen suicidio. El disparo en la sien es mucho más elegante, pero… se trata de tu decisión y de tu futuro, así que tú eliges. Si quieres escribir algo puedes dejar alguna nota en el hotel o enviar una carta a tus allegados, pero nada de escribir poesías. ¿Acaso eres un juglar o un saltimbanqui?
MADRE: Tu padre tiene toda la razón. No somos hippies ni gentuza. Suicidarse de esa manera es de… ¡negros o moros o gitanos! ¡De pobres! ¡Ay, no sé, de lo que sea, pero es... raro! Si haces algo, hazlo bien, con estilo, como dice tu padre. Como corresponde a alguien de nuestra posición.
NIÑA CON CABEZA DE PULPO: Glb glb glb… ggggggrrrrrrrllllllllllllllllllllll. Miradme, he descifrado el enigma: al fin he conseguido formar el cubo.
Todos miran a la niña y aplauden en silencio.
PADRE: ¡Vale, vale, ya está bien! Esto no es un partido de fútbol. Os estáis comportando como auténticos hooligans, ¡qué vergüenza, por Dios!
Se cierra el telón.